Introducción.

 Hay mujeres que saben mucho. Muchísimo. Que han estudiado durante décadas, que acumulan formaciones, certificaciones, reconocimientos, y aún así, sienten que no es suficiente. Que no son suficientes.

Saben hablar de todo, menos de ellas mismas. Se paralizan cuando tienen que expresarse en una entrevista, en una charla o incluso frente a sus propias redes sociales. Evitan ponerse delante de una cámara, se preparan discursos perfectos y los borran mil veces. Les cuesta poner precio a lo que ofrecen, aún sabiendo que su trabajo vale oro.

Esto no lo digo desde la teoría. Lo he vivido en mi propia piel, y lo veo a diario en mis clientas. Mujeres brillantes, con una sabiduría ancestral, que se apagan ante el miedo al juicio o al error. Que se exigen brillar con luz artificial, cuando su luz natural sería suficiente.

Hace unos días conocí el caso de una profesional que se presentaba como mediadora de conflictos en la gestión de colonias felinas. Su web estaba repleta de términos técnicos, compromisos éticos y sostenibilidad, referencias a normativa y promesas de resultados. A simple vista, parecía impecable: mucha letra, mucho discurso… pero ninguna señal clara de su experiencia real en el terreno, ni de sus habilidades reales para mediar, ni de su manera de afrontar los conflictos entre partes enfrentadas. Era como leer el currículum de otra persona. Y al comenzar a colaborar con ella, lo que intuíamos se hizo evidente: no sabía mediar. No entendía lo que supone posicionarse como figura neutral en medio de un conflicto vecinal.

Una buena web, una presentación profesional o un currículum extenso pueden impresionar… pero lo esencial se revela cuando toca demostrar lo que se sabe y cómo se ejerce. Y eso, tarde o temprano, se nota.

Este artículo nace de ahí. De la necesidad de hablar con honestidad sobre el exceso de formación, el perfeccionismo, los miedos invisibles, las fobias que nos frenan sin darnos cuenta y, sobre todo, de cómo recuperar el poder de expresarnos sin traicionarnos. Quiero hablarte de ti, de mí, de todas nosotras.

Porque cuando una mujer deja de esconderse y empieza a hablar desde su alma, algo cambia en ella. Y en el mundo.

  1. La era de la sobrepreparación: ¿realmente lo necesitas?

 Estamos en la era del conocimiento. Y sin embargo, muchas mujeres se sienten constantemente insuficientes. Como si les faltara un curso más, una certificación extra, un nuevo método que las avale.

La sobrepreparación es una forma de autosabotaje sutil. Nos hace creer que estamos avanzando, pero en realidad nos deja girando en círculos. El problema no está en aprender, sino en hacerlo desde la carencia.

¿De dónde viene esta necesidad de seguir formándonos sin parar?

  • De la educación patriarcal que nos enseñó que para ser valoradas teníamos que ser las mejores.
  • De la cultura de la comparación constante.
  • Del miedo a ser cuestionadas.
  • De la idea de que «a más títulos, más seguridad», cuando la seguridad no se encuentra en el título, sino en tu relación contigo misma.

Esto lo observo con frecuencia en mujeres con una trayectoria profesional sólida. Algunas, incluso con más de dos décadas de experiencia, continúan formándose una y otra vez sin atreverse aún a lanzar sus propios productos o servicios. A veces creen que lo que las frena es el miedo a hablar en público, pero, en el fondo, lo que pesa es el temor a no estar a la altura de sus propias expectativas. Son perfeccionistas, autoexigentes, profundamente brillantes. Verdaderos diamantes que aún no se atreven a brillar del todo.

El perfeccionismo es una forma de parálisis.

  1. Habilidades duras, blandas y emocionales: lo que de verdad te hace competente

No se trata solo de saber mucho, sino de saber ser y estar. Podemos dividir las habilidades en tres grandes grupos:

  • Hard Skills: lo técnico. Lo que aprendiste en cursos, formaciones, universidades. Lo que puedes medir con títulos.
  • Soft Skills: lo interpersonal. Comunicación, escucha, liderazgo, empatía.
  • Emotional Skills: el gran tesoro oculto. Autoconocimiento, regulación emocional, inteligencia corporal, intuición, gestión del miedo, presencia.

Muchas mujeres se enfocan solo en las dos primeras. ¿Por qué? Porque son las que “pueden demostrar” fácilmente. Las que lucen en un currículum. Las que se enseñan en las escuelas. Pero las habilidades emocionales son las que sostienen la confianza real. Son las que te ayudan a hablar con seguridad, a sostener un conflicto con presencia, a poner límites con amor.

Algunas de mis clientas más brillantes académicamente se han bloqueado en entrevistas importantes. Otras no han sabido comunicar sus logros sin sonar inseguras. Muchas ofrecen un servicio impecable… pero no saben explicarlo en voz alta sin justificarlo todo o restarle valor. Y esa desconexión no se resuelve con otro curso más. Se resuelve conectando con lo que ya saben y aprendiéndose a sostener.

También acompaño a mujeres con una gran trayectoria profesional que, a pesar de su experiencia, aún buscan la validación de quienes las rodean. Algunas sienten la necesidad de explicar y justificar lo que hacen, como si necesitaran permiso para ocupar su lugar. No siempre se permiten reconocer su propio valor. Tienen un talento extraordinario… pero aún no lo han asimilado y, por eso no saben mostrarlo con confianza.

Reflexión: ¿Dónde estás más entrenada tú?

  • ¿Te sientes más cómoda acumulando saberes o practicando presencia?
  • ¿Puedes sostener una conversación difícil sin perderte emocionalmente?
  • ¿Te permites reconocer tu valor sin un diploma que lo avale?

No se trata de elegir uno u otro tipo de habilidades, sino de integrar. Y en esa integración, la parte emocional necesita más visibilidad y práctica.

Otras clientas no logran poner precios justos a sus servicios, o sienten culpa si los suben. Dan más de lo que ofrecen, sin poner límites claros. Se agotan.

Ejemplos de falta de límites:

  • Trabajar más horas de las acordadas sin cobrarlas.
  • Responder mensajes fuera de horario laboral.
  • Regalar sesiones o descuentos sin motivo real.
  • Sentirse mal por decir «no puedo» o «no quiero».
  • Aceptar condiciones que no te representan por miedo a perder una oportunidad.

Estas actitudes no son falta de profesionalidad, son falta de seguridad interior.

Vamos a ponerle luz a todo esto. Y para ello, primero, escálate a ti misma:

Test: ¿Estás sobrepreparándote para evitar el miedo?

 Responde SÍ o NO:

  1. Cuando pienso en lanzar un proyecto, lo primero que hago es buscar una nueva formación.
  2. Me cuesta hablar de mí misma y de lo que hago con seguridad.
  3. No me siento cómoda poniendo precios a mis servicios.
  4. Me exijo demasiado y siento que todo debe estar perfecto antes de compartirlo.
  5. Me resulta difícil decir «no» o marcar límites con clientes o colaboradores.
  6. Tengo muchos conocimientos, pero siento que aún no estoy lista.
  7. Me siento más segura leyendo sobre el tema que viviendo la experiencia.
  8. Me cuesta pedir ayuda o mostrarme vulnerable.

 Resultados:

  • 0-2 SÍ: Tienes una buena base interna. Sigue cultivándola.
  • 3-5 SÍ: Hay miedo camuflado. Obsérvate con amor.
  • 6-8 SÍ: Posiblemente estás usando la formación como escudo. Hay heridas que necesitan ser vistas y reprogramadas.
  1. Fobias, miedos y trampas mentales: el origen invisible de la sobreventa.

 Detrás de cada “todavía no estoy lista”, de cada nuevo curso comprado sin necesidad real, de cada post borrado antes de publicar… hay un miedo. O varios. Miedos invisibles, silenciosos, disfrazados de prudencia, de perfeccionismo, de “quiero hacerlo bien”.

Algunas veces son fobias encubiertas. Otras, trampas mentales bien entrenadas. Pero casi siempre tienen algo en común: nos desconectan de nuestro valor real.

En mi trabajo con mujeres, he detectado ciertos patrones que se repiten una y otra vez, como raíces profundas que alimentan esa sensación de insuficiencia. Aquí te comparto algunos de los más comunes:

▸ El síndrome de la impostora

 Ese pensamiento insistente de “¿quién soy yo para…?”, “van a descubrir que no sé tanto como parezco”, “seguro hay alguien mejor que yo”. Es el miedo constante a que nos desenmascaren, como si estuviéramos actuando un papel que no nos corresponde.

Muchas mujeres brillantes viven atrapadas en esta voz interna. A pesar de tener formación, experiencia y resultados, sienten que su éxito es una cuestión de suerte, y que en cualquier momento se va a desmoronar.

▸ El síndrome de la amapola alta

 En Australia se habla del “síndrome de la amapola alta” para describir lo que ocurre cuando alguien destaca demasiado y, por ello, es criticado o rechazado.

Muchas mujeres han aprendido desde niñas que “no hay que llamar la atención”, “mejor pasar desapercibida”, “no seas tan intensa”.

Brillar puede dar vértigo. No por falta de capacidad, sino por miedo a las consecuencias de sobresalir: la envidia, el juicio, el rechazo.

▸ Fobia social o glosofobia encubierta

 No es solo miedo escénico. Es miedo a mostrarte tal cual eres. A compartir tu voz, tu mensaje, tu historia. A ser vista.

La glosofobia, o miedo a hablar en público, puede manifestarse incluso en entornos virtuales: en redes sociales, en una reunión online, en una videollamada con una clienta. Es ese nudo en la garganta que te frena justo cuando ibas a grabar ese vídeo. O a decir lo que realmente piensas.

▸ Miedo al juicio, al rechazo o a «molestar»

 Enraizado en historias personales: profesores que ridiculizaban, familias que invalidaban, entornos donde ser “demasiado” era motivo de vergüenza, contextos donde expresarse no era seguro. Nos enseñaron que para ser aceptadas había que complacer, callar, encajar.

Nos enseñaron que para ser aceptadas había que complacer, callar, encajar. Y, callar se convirtió en estrategia de supervivencia.

Pero callar tu verdad tiene un precio: desconectarte de ti misma.

▸ Atiquifobia: miedo al fracaso

 Tal vez no conocías su nombre, pero seguro conoces la sensación: esa parálisis que aparece cuando tienes una idea genial… y la archivas. El miedo al error, al “¿y si no funciona?”, al “mejor no lo intento, por si acaso”.

▸ Hipegiafobia: miedo a la responsabilidad

 Más común de lo que parece, especialmente en mujeres que han llevado sobre sus hombros muchas cargas emocionales. A veces no te da miedo el fracaso… sino el éxito. ¿Y si lo logro? ¿Y si esperan más de mí? ¿Y si no puedo sostenerlo?

 

Cómo se instalan estos miedos (y cómo se reprograman)

 Desde la neurociencia, sabemos que el cerebro está programado para la supervivencia, no para el brillo. Cada vez que tuviste una experiencia de vergüenza, crítica o humillación, tu sistema nervioso grabó una asociación: “ser visible = peligro”.

Esas asociaciones quedan registradas en la amígdala, una zona cerebral clave en la gestión del miedo. Y aunque hayan pasado años, el cuerpo recuerda. Por eso, cuando vas a exponerte, tu sistema se activa como si fueras esa niña otra vez, enfrentándose al juicio de su maestra o al silencio de sus padres.

Pero aquí está la buena noticia: así como el miedo se graba, también puede reprocesarse.

A través de herramientas como la Programación Neurolingüística (PNL), el reprocesamiento emocional y la visualización guiada, es posible acceder a esas memorias, resignificarlas y construir nuevas asociaciones más amables y poderosas. No se trata de eliminar el miedo, sino de recuperar el control.

 

Ejercicios para detectar y desactivar tus trampas mentales

 Aquí te dejo algunas preguntas y una visualización breve que puedes comenzar a practicar hoy mismo:

  1. ¿Qué pensamiento te aparece cuando estás a punto de exponerte o postularte a algo?

Escríbelo. No lo filtres. ¿Es tuyo o lo escuchaste de alguien? ¿Desde cuándo lo llevas contigo?

  1. ¿Cuándo empezaste a creer que tenías que estudiar más para merecer ser escuchada o valorada?

Busca el momento en tu historia en el que se sembró esa creencia. ¿Qué edad tenías? ¿Qué necesitabas oías en ese momento?

  1. Visualización para calmar tu sistema nervioso antes de hablar o mostrarte

Cierra los ojos, coloca una mano en tu pecho y otra en tu abdomen. Respira profundo tres veces.

Ahora imagina que estás en un lugar seguro, cálido, donde puedes ser tú misma sin miedo. Visualízate hablando, compartiendo, brillando. Siente el apoyo en tu cuerpo. Repite en voz baja:

Es seguro para mí expresarme con verdad. Estoy a salvo en mi voz.”

Hazlo antes de cada situación que te active el miedo. Poco a poco, estarás reprogramando esa respuesta automática.

Recuerda: no necesitas más títulos, necesitas más conexión contigo.
Las fobias mentales no se vencen desde la mente racional, sino desde el cuerpo, la emoción y la presencia.

  1. ¿Cómo venderte sin traicionarte? La coherencia como nuevo éxito.

 Las frases que más escucho en mis Mentorías son:

“Aún no estoy lista”,
“Necesito prepararme mejor”,
“Primero tengo que crear un servicio perfecto”,
“No sé qué precio poner”,
“Siento que no tengo lo suficiente para vender todavía”.

Y ahí está la trampa.

Creemos que para vendernos hay que estar impecables. Que solo cuando el producto esté pulido, el logo perfecto y el webinar irresistible… podremos mostrarnos.

Pero eso no es venderse bien.
Eso es venderse a costa de ti misma.
Es ponerte en pausa, invisibilizarte, y exigir un nivel de perfección que no le exigirías a nadie más.

No necesitas agrandarte, solo necesitas contarte con verdad.
En un mundo saturado de “vendehumos”, la coherencia es el nuevo éxito.

 Venderte bien no es inflarte, ni ocultar tus dudas, ni presentar una imagen falsa de éxito. Es hablar desde la verdad. Desde una verdad profesional, madura y alineada con lo que puedes ofrecer hoy.

Cuando exageramos para convencer, se nota. Se nota en entrevistas, en colaboraciones, en relaciones laborales. Las personas no conectan con tu exageración. Conectan con tu claridad.

Y vender desde la claridad es mucho más poderoso.

Ejemplos de comunicación honesta y coherente:

  • “Esto lo estoy aprendiendo, pero ya he puesto en práctica X.”
  • “Tengo experiencia en Y, y ahora estoy desarrollando Z.”
  • “Puedo ayudarte con esto, y si no es mi especialidad, te derivo.”

Esto no solo genera confianza, también te permite crecer con libertad, sin sentir que llevas una máscara que mantener.

Te comparto algunas estrategias para comunicarte desde la madurez emocional:

  1. No te compares
    Tu camino es único. Lo que para ti ha sido un proceso de sanación, para otra persona puede ser invisible. No necesitas parecerte a nadie. 
  1. No te justifiques constantemente
    No expliques de más, no pidas perdón por cada paso. Habla claro, sin culpa. 
  1. No prometas más de lo que puedes entregar
    Es mejor decir “esto lo haré con apoyo” o “esto lo estoy investigando” que vender seguridad falsa. La autenticidad es magnética. 
  1. No te quedes callada por miedo a parecer poco profesional. 

▸ Y cuando llegue el feedback…

Recibir retroalimentación no siempre es cómodo, pero es parte del crecimiento.
Escucha con apertura, filtra lo que te sirve, suelta lo que no. Crecer profesionalmente también implica revisar, ajustar, reformular. Y eso no es fracasar. Es evolucionar.

No todo feedback es verdad. Pero algunos pueden ayudarte a evolucionar si los recibes con humildad y sin miedo.

Comunicarte desde la verdad es el nuevo éxito. Y empieza cuando decides dejar de demostrar… y comienzas a expresarte.

 Recuerda: no tienes que convencer a todo el mundo. Solo a quien necesita lo que tú puedes ofrecer. Y para eso, tu verdad es suficiente.

  1. El camino de regreso: integrar, confiar y accionar.

Después de tanto curso, título y máster, muchas mujeres me dicen: “Siento que tengo mucho conocimiento… pero no sé cómo dar el paso”. Lo entiendo. La saturación de información puede paralizar tanto como la falta de ella. Por eso, propongo algo diferente: un camino de regreso. No hacia más saber, sino hacia la integración de lo que ya sabes.

Ese regreso empieza con una decisión valiente: hacer con lo que ya tienes. Porque probablemente ya sabes más de lo que crees. Ya has vivido, probado, aprendido, sentido. El siguiente paso no es otro curso… es atreverte a poner en práctica.

La acción tiene un poder transformador que ninguna teoría puede igualar. El aprendizaje experiencial nos permite afinar, ajustar, madurar nuestra práctica. Sí, puede dar miedo equivocarse, pero cada error es una brújula. Cada pequeño avance, una victoria.

Y no, no tienes que hacerlo sola. Una de las claves para sostener el proceso es tener una red que te impulse en vez de juzgarte. Una comunidad donde puedas decir: “Hoy me atreví a grabar ese vídeo, aunque temblaba por dentro” o “Me han dicho que inspiro y casi lloro de emoción”.

Por eso creé Soy Libélula, una comunidad gratuita en WhatsApp donde cada semana hacemos pequeñas misiones de exploración interior, juego y transformación. Un espacio seguro, sin máscaras ni exigencias, donde avanzar con otras mujeres que también están volviendo a su esencia. Si estás en ese punto de querer confiar más en ti, accionar desde la verdad y compartir el camino con otras, esta es tu tribu.

Integrar no significa dejar de aprender, sino aprender desde otro lugar: desde el cuerpo, desde la experiencia, desde la acción. Porque al final, lo que te transforma no es lo que sabes, sino lo que te atreves a hacer con eso.

  1. Conclusión.

¿Y si no tuvieras que ser más, sino reconocerte más?

Quizá todo este tiempo no te ha faltado preparación, sino permiso. Permiso para ser tú, con lo que sabes y también con lo que aún estás aprendiendo. Permiso para hablar desde tu verdad sin necesidad de adornos. Para reconocer que estás creciendo, no porque estudias más, sino porque te escuchas más.

Te invito a detenerte un momento y preguntarte:

  • ¿Qué me motiva a seguir formándome?
  • ¿Estoy aprendiendo desde el amor o desde el miedo?
  • ¿Cómo puedo hablar de mí misma con más verdad?

Estas preguntas no son para juzgarte, sino para ayudarte a volver a ti. A tu centro. A esa parte sabia que ya entiende que no hay que demostrar nada, solo compartir lo que ya vive en ti. Puede ayudarte también este mini taller de autoestima.

Quizá sea el momento de dejar de buscar fuera lo que ya habita dentro. De pasar de la exigencia al reconocimiento. De venderte sin traicionarte. De avanzar sin dejarte atrás.

Y si necesitas una comunidad que te lo recuerde cada semana, ven a Soy Libélula. Porque cuando estás rodeada de mujeres que también están sanando, creciendo y atreviéndose, algo se desbloquea en ti.

 

No necesitas adornarte. Eres suficiente cuando te expresas desde tu verdad. Y desde ahí, siempre vas a crecer.

 

 

PD: Las situaciones y ejemplos compartidos en este artículo surgen del trabajo real con clientas en los programas Supera tus Límites Mentales (SLM) y Mentorías de Alto Rendimiento (MAR). Si estás lista para atravesar tus propios límites y avanzar con claridad, puedo contarte más sobre cuál se adapta mejor a tu proceso. Escríbeme y lo hablamos con calma.

Te agradezco que dejes un comentario